Andrés Habegger: “La historia no es solamente algo que sucedió, sino algo que nos sucede, porque convivimos constantemente con lo que somos”

El cineasta Andrés Habegger narra su historia personal y reflexiona acerca de la habeger portadahistoria colectiva de una sociedad fuertemente impactada por la última dictadura cívico militar, y analiza cómo ha cambiado a lo largo de estas últimas décadas el abordaje de este tema tanto en su filmografía como en la de sus colegas. 

¿Cómo se relacionó desde su historia particular y desde su mirada como cineasta, con las políticas de memoria, verdad y justicia que se llevaron a cabo en estos años?

Mi vinculación con el tema de Derechos Humanos (DD.HH.) y con mi actividad principal, que es el cine, preceden cronológicamente. Lo primero que hice fue “Historias Cotidianas”, un documental que relata 6 historias de hijos de desaparecidos. Fue en el 2000, en un momento muy diferente, en un año muy particular. Y hoy, que estoy haciendo algo parecido pero 15 años después, veo que las diferencias son radicales en muchos sentidos. En primer lugar, todo aquello que está relacionado con la legitimidad y con la circulación del discurso vinculado a los DD.HH. ha cambiado mucho. En el 2000 recuerdo estar trabajando con ese documental y al pensar en presentarlo sentía una sensación extraña. Y, además, por otro lado, las devoluciones me generaban un “no tenemos muchas ganas de hablar de esto”, como algo que todavía incomodaba mucho. Desde ese momento hasta ahora estoy trabajando con un documental en primera persona, asociado al vínculo con mi padre desaparecido en Brasil en el marco del Plan Cóndor en 1978 y veo diferencias radicales.

Creo que en la gestión, primero de Néstor y después de Cristina, “se recogió el guante” de toda la militancia en materia de DD.HH. que había persistido a pesar de las características del Estado en los ‘90. Recogieron eso que venía fuertemente pujante desde los márgenes del Estado y, por otro lado, tuvieron la decisión política de transformar eso en una política de Estado. Y me parece que esa fusión fue absolutamente potente: por un lado, la legitimidad que le da el Estado y por otro, la que le da toda esa ola de participación social. Esa reunión es la que fortaleció enormemente la política de DD.HH. que han tenido estas gestiones.

La recuperación de los espacios para la memoria, la instauración del 24 de marzo como feriado nacional y la decisión política de que sea un tema que circule a nivel discursivo y simbólico, es pensar y repensar nuestra historia.

A medida que el Estado se fue haciendo cargo de la lucha de los organismos de derechos Humanos y se le dio la jerarquía de política de Estado, ¿se fue logrando “romper” con el miedo a testimoniar de quienes fueron víctimas del terrorismo de Estado?

Lo que más me interesa del ejercicio del poder es eso, que si uno tiene el poder y legitima este discurso, puede, a partir de algo que ya se estaba dando, jerarquizarlo y generar un efecto rebote. Que hoy sea políticamente correcto un 24 de Marzo, que haya un recordatorio vinculado a lo que implicó la última dictadura, eso tiene que ver mucho con una política de Estado activa.

Hoy en Argentina son pocos los genocidas que quedan sueltos, a diferencia de otros países donde aún defienden un discurso más vinculado a lo que implicó la dictadura. Y otra cuestión es que el tiempo ayudó porque la distancia temporal permite abordar la temática con menos dolor. Y por otro lado, creo que la idea de la certeza de que difícilmente vuelva a suceder ayuda, porque si hay algo que pasaba a fines de los ‘80 era: ¿cuánto se podía permitir hablar de algo que implicaba a la dictadura, cuando todavía existían levantamientos militares? Entonces, las políticas de Estado sobre DD.HH., sumadas a la distancia temporal, permiten que uno se anime a involucrarse en el tema, inclusive desde un lugar más crítico en algunos aspectos. Ahora se puede empezar a hablar también de la militancia en los ‘70, que tenía que ver con la búsqueda de una sociedad más justa. Pero ¿cómo nos metemos en el tema de la guerrilla, de la violencia política, de la política armada? Yo mismo, incluso, ya que mi viejo integraba un grupo guerrillero. Está buenísimo que eso suceda. A mí me cuesta mucho transpolar. Creo que si yo hubiera tenido la edad de mi viejo en los ‘70 muy posiblemente hubiera participado de la misma militancia, aunque soy una persona ajena a cualquier tipo de violencia, por lo que  para mí es muy complejo, es una especie de enigma.

Como hijo de desaparecido he pasado por un montón de momentos distintos, momentos de idealización o momentos en que pensaba que entre su militancia y su paternidad, él había elegido su militancia. Hasta que uno llega a un punto intermedio y se pone a pensar que la vida es un poco más compleja, pero es súper valioso poner sobre la mesa esos cruces entre lo individual y lo colectivo.

Varias de sus producciones tienen que ver con la temática específica de la reconstrucción de nuestra historia y el impacto que tuvo el terrorismo de Estado. ¿Cómo fue la recepción que tuvieron esas películas?

Hay ejemplos variados. “Historias Cotidianas”, que es del 2000, me generaba la necesidad de tener un cierto cuidado sobre la temática, mi reflexión era: ¿cómo me paro frente a esto? Y finalmente lo que sucedió es que al circular con la película en escuelas medias me encontré con algo muy interesante, como un síntoma de época al fin de la era menemista, cuando el tema era prácticamente desconocido. Muchos de los pibes que habían nacido postdictadura estaban –casi- descubriendo que Argentina había tenido una dictadura que había durado 7 años. Y lo que más les llamaba la atención era que tenían muy poca diferencia de edad con esos chicos, que les gustaba la misma música. Y eso rompía esa sensación que puede dar la historia de ser algo lejano, el sentimiento de “que no me afecta a mí”. Algunos de los pibes con los que trabajamos con ese documental en aquel entonces estaban al tanto de lo sucedido en la dictadura pero era como hablarles de la fundación de Buenos Aires, como algo de hace 200 años. Entonces lo interesante de esto era plantearnos que la historia no es solamente algo que sucedió, sino algo que nos sucede, porque convivimos constantemente con lo que somos. Reflexionábamos sobre la posibilidad de que esto le vuelva a pasar a un pibe en una situación y contexto particular.

Ahora, a diferencia de ese momento, la realidad es totalmente distinta. Estoy con un documental parecido, pero en este caso contando mi historia y de repente no tengo la sensación de aquellos años, esa sensación incómoda de cuando me decían: “¿de qué estamos hablando?, ¿qué es la dictadura?, ¿y eso cuando pasó?”. Es distinto porque ahora forma parte de la agenda, está instaurado, circula.

Y en ese sentido me parece que en el cine he encontrado la construcción de dos de las cosas que me gustan mucho, que tienen que ver con el arte y con la política. Creo que esta disciplina puede movilizar y generar inquietudes. Que una persona entre a ver una película de una forma y salga de otra, alcanza. Eso es lo que más me interesa de la expresión artística, generar algo que incomode.

¿Qué piensa de otras obras audiovisuales que abordan también el tema de la dictadura?

“Infancia Clandestina”, por ejemplo, para mí es un muy buen síntoma de que hay un cambio de época en el mejor sentido. Esa película no se hubiera podido hacer hace 15 años. Ahora hay toda una apuesta en el cine que es muy fuerte en ese sentido. Esta película de Benjamín Ávila tiene mucho de esto de pararse en un lugar incómodo, de cómo mostrar una perspectiva de lo que le pasó a un niño hace 30 años. En el campo de la literatura está sucediendo que hay muchísima producción sobre esta temática. En los últimos dos o tres años debe haber por lo menos seis libros de hijos vinculados a su historia.

¿Cree que hay deudas pendientes en materia de Derechos Humanos?

Si pensamos en Derechos Humanos vinculados a las políticas de memoria, verdad y justicia, yo creo que se puede seguir haciendo, fundamentalmente, darle continuidad a lo que se viene dando. Me resulta difícil pensar en más porque siento que se ha hecho tanto en estos últimos años que es difícil pensar en qué más. Creo que la clave es la continuidad de lo que se viene haciendo. Una perspectiva interesante es lo que se está comenzando a hacer en cuanto a la ampliación hacia otros derechos, no vinculados necesariamente con los ejes de memoria, verdad y justicia, sino con demandas sociales como vivienda, salud y educación.

¿Cómo fue su experiencia personal durante su adolescencia y juventud?

Soy el más grande de los “HIJOS” de desaparecidos. La mayoría de los que conozco se llevan entre 5 y 6 años pero yo nací en el 69 y cuando mi viejo desapareció tenía 9 años, en cambio muchos tenían alrededor de 2 o 3 años.

La película que estoy haciendo ahora, que se llama “El imposible olvido”, habla de las cosas olvidadas, que son cosas que están, que en algún lugar residen y tiene que ver con esto. Mis padres se separaron en el 76 y en el 77 la secuestraron a mi mamá y a mi tío, que era el que realizaba el contacto para que yo vea a mi viejo. Después de eso nos fuimos a México, al exilio, entre junio del 77 y agosto del 78, que es cuando desapareció mi papá. En ese año lo habré visto tres veces más o menos, ya que a su vez la conducción de Montoneros estaba en México y él era uno de los pocos de la conducción que se encontraba aún en Argentina. Era encargado de hacer las conferencias de prensa clandestinas en Argentina denunciando la utilización del Campeonato mundial de fútbol por parte de la dictadura. En uno de esos últimos viajes me llevó de regalo un cuaderno Estrada con el logo del Mundial. Me acuerdo particularmente que tenía la frase “por mucho más que un resultado deportivo”, que era el slogan de Estrada. Este tipo de cosas son las que más rescato de mi viejo, me seguía mandando la Billiken y la Anteojito, que para muchos era la versión del lavado de cabeza de la dictadura para los niños, pero bueno, yo era un niño, y leía la Billiken, y de hecho estoy acá.

Cuando mi papá me regaló el cuaderno empecé a escribir un diario infantil y lo abandoné automáticamente cuando mi viejo desapareció. Lo volví a encontrar hace dos años y cuando lo empecé a leer lo que más me impresionó es que no me acordaba de nada. Reconozco mi letra pero no me acuerdo de haberlo escrito, y eso que ya tenía 9 años. Es decir, casi no tengo recuerdo vivencial con mi papá. Obviamente creo que eso tiene que ver con el evento trágico de la desaparición, el exilio, haber vivido también 3 o 4 años en plena clandestinidad, mudanzas de escuelas, de casas. Durante mucho tiempo en el medio de la clandestinidad había que olvidarse y evidentemente me olvidé.

Cuando recuperé ese diario me puse a pensar en lo extraño de trabajar con la memoria de los demás y no tener una propia y por eso decidí meterme en el “infierno” de mi propia memoria pero tomándolo como un mecanismo interesante. Me gusta más hablar del olvido que de la memoria, ya que un olvido es algo que existe, por eso uno lo puede reconocer como olvido. Si algo está perdido uno no lo puede reconocer como olvidado y eso es parte del ejercicio. Yo ahora puedo hacer ese ejercicio porque he tenido un recorrido previo.

En el 2000, mis personajes eran los otros hijos, yo no estaba. Tuve que hacer un recorrido que me permite hoy en día decir: “ahora me toca a mí”. La emergencia de estas inquietudes no está disociada de lo que pasa socialmente. Últimamente me ha pasado mucho de encontrarme con gente que tuvo historias muy densas vinculadas a la dictadura y que recién ahora pueden contarlas y pueden hacerlo porque el tema circula, porque está legitimado, es algo que se puede decir, no es pecaminoso. La Argentina es el único país de América Latina que está haciendo un juicio del Plan Cóndor, que está por terminar y cuyo veredicto se dará a la brevedad.

Argentina está haciendo lo que no está pudiendo hacer ningún otro país con respecto al Plan Cóndor. En Brasil rige una ley de amnistía. Estuve dos años allá testimoniando en la Comisión de la Verdad y a diferencia de Argentina, Brasil está en el estadío en el que estábamos nosotros en el año 85. Es un país distinto, la represión allá fue distinta, no estuvo tan centralizada y además ellos no hablaron nada. Entonces, de repente, 30 años después están descubriendo lo que les pasó y la sensación cuando lo descubren no es que pasó hace 30 años, sino que es como si hubiese ocurrido el año pasado.

Brasil tiene una sensación de admiración absoluta con Argentina respecto de dos temas: política de DD.HH. y la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. A veces hace falta irse afuera del país para valorar lo que uno tiene.

Andrés Habegger es director de cine y licenciado en Ciencias de la Comunicación. Hijo de Norberto Habegger, militante político desaparecido durante la última dictadura cívico militar argentina, estuvo exiliado en México con su madre desde 1977 hasta 1984. Coordinó el Festival de cortometrajes Hacelo corto, organizado por el Ministerio de Educación del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y entre 2002 y 2003 estuvo a cargo del área de cine documental del Museo del Cine de la Ciudad de Buenos Aires. En 2007 ingresó al Comité de Evaluación de Proyectos Documentales del INCAA donde estuvo hasta 2009 y desde ese año hasta 2011 fue presidente de la Asociación de Directores y Productores de Cine Documental Independiente de Argentina (ADN). Ha dirigido audiovisuales para UPA, (Unidad de Producción Audiovisual del Ministerio de Educación de la Nación) y ejerce la docencia de materias documentales en el Centro de Investigación Cinematográfica (CIC) y otras instituciones educativas.

Norberto Armando:

El padre de Andrés Habegger, Norberto, era periodista y militante político en Montoneros, con la función de secretario de organización de la rama política. Fue secuestrado en Río de Janeiro el 6 de agosto de 1978. Como periodista trabajó, entre otras, en las revistas En Marcha, Automundo, Panorama, Primera Plana, Confirmado y Antropología del Tercer Mundo y en la agencia Interpress Service. Fue además autor de los libros Camilo Torres, el cura guerrillero (1967), La huelga de El Chocón y Los católicos posconciliares en la Argentina (en colaboración con Alejandro Mayor y Arturo Armada).

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