Eduardo Jozami: “Nuestro país no sólo ha cambiado en muchos aspectos significativos, sino que además se ha puesto, nuevamente, a la política en el centro de la vida social”

Eduardo Jozami nos relata su experiencia como militante de DD.HH. y como DSC_0424víctima de la dictadura: su exilio en México, su retorno y su lucha de toda la vida por la justicia y la verdad que hoy se encarna en la dirección del Centro Cultural Haroldo Conti que funciona en lo que fuera el Centro Clandestino de Detención ESMA.

Lo primero que nos surge preguntarle al verlo trabajar en este lugar es, ¿cómo fue ingresar en la ESMA?

Fue raro, difícil de comparar con otras experiencias, porque yo había estado en otros lugares del mundo donde pasan cosas muy terribles. Me acuerdo que siendo muy joven, como periodista, tuve la posibilidad de estar en Argelia poco después de la independencia y enfrentarme cara a cara con los relatos de los crímenes que habían ocurrido allí. Pero esto era diferente porque era algo que tenía que ver con nuestra historia, no era simplemente la reacción frente al horror, a las cosas tremendas que se habían hecho, sino que era como una reivindicación de lo que ni siquiera nos animábamos a pensar cuando estábamos presos: no sólo que alguna vez íbamos a volver a la democracia, o iba a poder pensarse en un proyecto popular, sino que además íbamos a expropiar un edificio de las Fuerzas Armadas como es el caso de la ex ESMA. Además, yo tenía una relación muy especial con este lugar porque mi mujer es sobreviviente de aquí, entonces la ESMA siempre estuvo muy presente entre nosotros. Todo esto que parece que pesara tanto y que efectivamente pesa tanto, se transforma cuando uno entra, y no como visitante, sino como trabajador y gestor. Obviamente al ser el lugar al que uno viene a trabajar todos los días, no se toma tanto tiempo para reflexiones ni siquiera para sentimientos, uno tiene que rutinizarlo mínimamente. Es cierto que de cualquier manera nunca se transforma en un lugar de trabajo como cualquier otro, siempre ante cualquier mención a algún episodio o alguna palabra que aparece en algún momento del día, uno de pronto recuerda que está trabajando acá. Y por otro lado, está la tarea de lo que se ha dado en llamar la resignificación de este espacio. Me parece que fue un proyecto muy interesante y complicado porque, ¿qué significa resignificar este predio? Seguramente mostrar que acá puede haber otra cosa, como hoy en día hay cultura, vida, hasta alegría cuando antes era todo lo opuesto. También, respetar las marcas que hacen de este lugar un espacio de memoria porque si el día de mañana entras acá como a cualquier otro lugar, no se entendería por qué es un espacio de memoria. Entonces esa tensión entre la renovación, la resignificación, la necesidad de traer mucha gente al predio para que sectores más amplios de la sociedad se hagan cargo de esta historia y todo lo que significa y, al mismo tiempo, el hecho de respetar esto como espacio de memoria, me parece que ahí se da como una tensión muy productiva.

Usted hablaba de todo lo que era impensado durante la dictadura, ¿en qué momento fue consciente de que la política de memoria, verdad y justicia se encarnaba en el Estado como una política pública?

En el discurso del 25 de mayo de 2003 de Néstor Kirchner. Igualmente creo que ni siquiera él tenía pensado cómo se iban a dar las cosas. El movimiento de Derechos Humanos tampoco sabía exactamente qué iba a suceder o cómo se iba a avanzar. Pero lo que quedó muy claro era que había una decisión muy firme de tomar el tema e ir para adelante. Y eso para mí fue muy importante, incluso incidió en mi alineamiento político. Hoy no me resulta imaginable no ser kirchnerista después de todo lo que ha pasado en estos años. Pero en el 2003 no me resultaba fácil porque con un grupo de compañeros nos habíamos ido del Partido Justicialista hacía más de 10 años, al comienzo del gobierno de Menem, en respuesta a toda su política pero en particular a los indultos. Y desde ese momento, lo cierto es que habíamos exagerado una postura crítica frente a lo que eran las estructuras del Partido Justicialista, como que todo lo que venía de ahí nos parecía por lo menos sospechoso, a pesar de figuras como la de Néstor o Jorge Taiana que me seguían mereciendo respeto y confianza política. Yo provenía de la experiencia del FrePaSo, un partido que se había formado en un clima de ideas dentro del cual el tema de Derechos Humanos era central. Entonces después de tantas frustraciones porque desde ese espacio no habíamos podido trabajar el tema, el hecho de que apareciera un presidente dispuesto a hacerlo, más allá de lo que era la expectativa inmediata que tenían los movimientos de Derechos Humanos, señalaba el inicio de un camino en el que uno podía confiar en se iba a avanzar en estas cuestiones.

¿Cuál es para usted el símbolo más importante en el que se plasma esa política de memoria, verdad y justicia?

Hay un día que reúne dos símbolos tremendos desde el punto de vista de su significación: la bajada de los cuadros en el Colegio Militar a la mañana y después, al mediodía, el anuncio de la recuperación de este predio en el acto que hizo Néstor.

Me parece que ahí ha habido una decisión muy clara, porque algunos decían que la bajada de los cuadros era solamente un gesto pero creo que nosotros hemos aprendido que los gestos en la política son lo más importante, porque además son las cosas que el pueblo puede comprender en la mayor amplitud posible.

Y después la recuperación de este predio tenía que ver con su inmensa historia, con su carácter emblemático y, además, porque estaba claro que iba a convertirse en un espacio de memoria. El qué y el cómo eso se iba a hacer no estaba claro para nadie porque fue un tema de discusiones, y aún sigue siendo un ejercicio de ensayo y error. Me parece que ese 24 de marzo del 2004 se transformó en una fecha de algún modo fundacional en cuanto a la política de DD.HH., aunque en realidad se haya tratado de un proceso.

Usted fue parte de una generación que peleó y fue víctima del terrorismo de Estado, ¿ve esto como una reivindicación a aquella generación o la reivindicación es construir un país más justo?

Construir un país más justo es la mejor reivindicación de aquella generación y no es un juego de palabras. Me parece que es lo mismo que preguntarse si uno es setentista o no. Yo creo que la primer respuesta que a uno se le podría ocurrir es que no, porque entre la Argentina de los ‘70 y la de hoy existen muchas diferencias. Las formas de lucha son tremendamente distintas, las constelaciones ideológicas son más amplias en comparación a las de los ’70, cuando todo el mundo tenía algo que ver con el marxismo y hoy ni siquiera la izquierda tiene que ver con el marxismo.

Sin embargo, lo más importante, lo que a mí me interesa reivindicar con fuerza de la generación del ’70 a la que pertenecimos, es la convicción de que se podía cambiar el mundo, que es de algún modo lo mismo que revivió Néstor Kirchner cuando entró a la Casa de Gobierno.

Y creo que esa es la marca. Así como los ‘90 dejaron en la Argentina la marca de la inutilidad de la política porque en última instancia la economía es una maquinaria que resuelve todo sin tomar en cuenta ni los intereses ni la voluntad de la gente, yo creo que los ‘70 mostraron lo que es una voluntad clara de transformación y eso es lo que perdura hoy en la Argentina. Si uno mira al 2003 desde el presente, ve que nuestro país no sólo ha cambiado en muchos aspectos significativos, sino que además se ha puesto nuevamente a la política en el centro de la vida social.

Uno de los libros más interesantes sobre la década del ’70 es la biografía de Santucho Todo o nada, de María Seoane, título que señala algo del espíritu de esa generación. ¿Eso cambio?

Creo que eso un poco cambió, es decir, en realidad habría que ver hasta qué punto era a todo o nada en los ‘70 porque, por ejemplo, tanto Santucho como María Seoane en el momento de escribirlo, eran o habían sido del PRT, y el PRT tenía una idea más rupturista, más integral diría yo, en la medida en que no rescataba demasiado del sistema político, planteaba la revolución por fuera del peronismo. Pero en el peronismo revolucionario también había algo de eso. Por ejemplo, si uno quiere ser justo con los Montoneros, debería decir que así como terminó teniendo una visión muy militarista, muy unilateral del accionar de la organización y eso implicó un dejar de lado la política, en las formulaciones iniciales había un intento de convocar a sectores amplios de la sociedad. Sucede que la idea de la revolución era todo o nada, por lo menos en el momento de ruptura, después la experiencia demuestra que los caminos son muy complicados e insondables. De cualquier manera uno también hace la historia desde el presente, entonces si a mí me dijeran cuál es la consigna típica de la generación de los ‘70 yo no diría todo o nada, diría que el mundo siempre se puede cambiar, que la voluntad política tiene que ser el eje de un proyecto destinado a esa transformación. Porque eso es válido tanto en los ‘70 como en el presente. Hoy en día a todo o nada en esta instancia de institucionalidad democrática nunca es todo o nada porque se hace una cosa y no se hace otra, se avanza en un camino y no siempre se avanza en otro.

Hubo una tapa de Página 12 que simboliza el sentimiento de la derecha respecto de las políticas de DD.HH. en la cual estaba Videla diciendo: “Nuestro peor momento llegó con los Kirchner”. Si bien el juicio para los militares es uno de los lugares en donde más se avanzó en estos años, ¿qué deudas pendientes quedan con esta política de memoria, verdad y justicia?

Creo que la política de memoria, verdad y justicia tiene, por un lado, el tema de los juicios como aspecto central, porque si no se hubiera avanzado en los juicios todo el resto hubiera sido sospechado de cierta inautenticidad. Hubo procesos en distintos lugares del mundo en los que sucedió eso: pudieron construir grandes memoriales y museos y no se avanzó nada en el camino de la Justicia. Esta decisión de avanzar en la Justicia le da una condición de credibilidad a estas políticas.

También la recuperación de los espacios de memoria ha sido muy importante. Y hay otras políticas que tienen que ver, por ejemplo, con los cambios en las currículas de la educación militar, los avances que se hicieron en las políticas desde una concepción de la seguridad democrática, aun cuando resta mucho por hacer.

Si tuviese que decir cuáles son las cosas que hoy faltan y que de alguna manera preocupan porque no son fáciles de hacer, una tiene que ver con la profundización de los juicios hacia los partícipes civiles porque eso no es sólo importante por una razón de justicia, sino porque es la consecuencia necesaria de haber ampliado nuestra visión de lo que fue nuestra dictadura militar.

Cuando se destaca que fue una dictadura cívico-militar se resalta la complicidad y la participación importante de los empresarios junto a los grandes medios de comunicación, un aspecto fundamental de este proceso. Los jueces están más dispuestos a condenar a un uniformado y les resulta más difícil en el caso de los civiles aun cuando hay casos en los que la responsabilidad civil en la comisión de delitos de lesa humanidad es muy clara.

Y otra cuestión, que tampoco es sencilla a esta altura del proceso, como una condición de autenticidad de estas políticas de memoria, verdad y justicia que nos han costado tanto, es el rol de la oposición, que solía decir que se rendía culto a los DD.HH. del pasado pero no se trabajaba en los DD.HH. del presente, y la verdad es que era una crítica difícil de rechazar porque como decía el mismo Néstor, vivíamos en el infierno e íbamos a tardar en salir, entonces cómo se iba a mostrar rápidamente esa vocación del gobierno por superar la miseria y la desigualdad social. Después de un proceso bastante más largo, quedó acreditada esa posición del gobierno por enfrentar la desigualdad social y, por otro lado, la Argentina conoció un proceso de expansión de derechos muy grandes. Entonces sin que dejemos de señalar la importancia de todo lo que se ha hecho, me parece que para poder seguir diciendo dentro de unos años en la Argentina, que estamos avanzando en las políticas de DD.HH., tenemos que enfrentar la situación en las cárceles, ocuparnos de las policías en general, plantear seriamente el tema de la seguridad democrática. Creo que un Ministerio de Derechos Humanos, más allá de las competencias específicas, debiera ser preocupación de un futuro gobierno y de una gestión inspirada en las políticas de memoria, verdad y justicia.

¿Cuál es la misión del Centro Cultural Haroldo Conti? ¿Cuáles son sus principales actividades y qué objetivos tienen?

Una manera de decir qué es lo que hace, es que hace todo lo que uno puede imaginar que puede hacer un centro cultural pero atravesado por la cuestión de la memoria. Y esto no significa que todo lo que nosotros hacemos tiene explícita y literalmente que ver con lo que ocurrió en este ámbito porque en algunos casos sería absurdo. Acá hay espectáculos musicales, no podríamos pasar marchas militares para después salir a criticarlas ideológicamente, pero incluso en un sentido más amplio. La mayoría de los libros que hay acá algo tienen que ver con el proceso, con los años ‘70, con las luchas populares, con el terrorismo de Estado. Cuando se eligen ciclos de películas siempre tienen una mirada política y social que es importante. Entonces me parece que lo que hay que hacer es contribuir porque esto no es mucho más importante que lo que hacen miles de personas en todo el país, que siguen trabajando en estas cuestiones y escribiendo libros y haciendo obras de teatro. Se trata de contribuir con este proceso de memoria, contribuir a la difusión y a la creación artística y literaria. Para trabajar especialmente sobre los jóvenes, y en particular sobre los colegios secundarios, tenemos un área de educación para la memoria que se encarga de esa tarea. Y al mismo tiempo, en un aspecto más vinculado con la reflexión intelectual, nosotros trabajamos sobre la historia reciente argentina y debatimos acerca de la memoria porque nos parece que todavía hay mucho de asignatura pendiente. Los argentinos en este último período hemos recuperado lo esencial de ese espíritu de los años ‘70 que la dictadura quiso derrotar o que derrotó en algún sentido. Pero no hemos avanzado mucho en nuestra visión de qué ocurrió realmente en ese período. No creemos que tengamos que tener una mirada única. Las coincidencias que acá reclamamos son las que tienen que ver con el rechazo a la dictadura, con la convicción de construir un país democrático y justo, pero nos parece que algunas discusiones sobre el pasado son ricas porque más allá de las necesidades de seguir avanzando en la construcción de nuestra historia, también eso sirve para entender mejor algunas cosas que nos pasan en el presente. Las cosas que nosotros discutíamos o criticábamos de esa experiencia no tiene solamente que ver con un proceso donde la violencia política era lo fundamental, tiene que ver con cómo se construye una organización, cómo se relaciona con la política de masas, con la amplitud para convocar a todos los sectores populares, con el rechazo al sectarismo. A mí me parece que avanzar en esas discusiones nos ayuda un poco a entender mejor este presente y, viceversa, los acuerdos del presente nos ayudan a entender mejor el pasado y nos acercan en el pasado. Hay una dialéctica entre el pasado y el presente, que para nosotros es la reflexión más intelectual de este centro cultural y a la que le damos bastante importancia. Esto se expresa en los seminarios de políticas de la memoria que se hacen todos los años con convocatoria internacional pero también en las actividades cotidianas del centro. Si hay un principio con el que nos manejamos aquí es el de afirmar que uno puede tener el mayor compromiso político con las políticas de memoria, verdad y justicia y con un  proyecto político de transformación del país, y al mismo tiempo poder tener la mirada más amplia, más dispuesta a la reflexión, al debate, a la convocatoria de otros sectores.

Eduardo Jozami es abogado, profesor universitario, periodista y escritor. Estuvo detenido 8 años como preso político durante la última dictadura cívico-militar (1976-1983). Integra el espacio Carta Abierta y es el director del Centro Cultural de la Memoria “Haroldo Conti”, que funciona donde existió el campo de concentración ESMA.

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